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El pasado día 20 de agosto falleció el artista Ernesto Vila (Montevideo, 1936 – 2025). El equipo del Museo Figari expresa su más sentido pésame y las condolencias a familiares y amigos.
Ernesto, el "flaco Vila", como muchos lo conocían, fue un asiduo de esta casa, ganador del Premio Figari del año 2003, representante del envío uruguayo a la Bienal de Venecia en el 2007, imprescindible y entrañable figura del arte uruguayo. No fueron pocos los momentos que disfrutamos de su sabiduría y de su humor (así lo documentan muchos registros de sus visitas al museo Figari).
Con una trayectoria del todo inusual y una operativa artística que rescata la memoria social de toda una época para vivificarla en una épica del barrio y de la solidaridad, Vila logró conquistar un sitial de renombre también en el ámbito internacional.
Se recortan claramente distintas etapas en el desarrollo creativo de Ernesto Vila. La primera etapa, en la órbita del Taller Torres García, bajo la tutela de Guillermo Fernández y José Gurvich, se extiende desde 1959 hasta la beca otorgada por el gobierno holandés en 1965. La segunda, en Europa y Estados Unidos, junto con el Taller Montevideo, cuando un grupo de exalumnos de Gurvich –Gorki Bollar, Armando Bergallo, Clara Scremini, Ernesto Vila y Héctor Vilche– se ven atraídos por el arte cinético, recorren el viejo continente y llegan a Estados Unidos experimentando el fervor de las neovanguardias, llegando a participar como envío uruguayo a la Bienal de Venecia en 1970.
Ese mismo año, Vila, sintiéndose acuciado por la coyuntura política de nuestro país, decide retornar a él y a la militancia. La tercera época, muy escasa, relativa a la producción carcelaria (1972-1978), conoce una muestra en Galería U con dibujos «escapados» del encierro gracias a la audacia del galerista Enrique Gómez. La cuarta etapa corresponde a la dura vivencia del exilio (1980-1986), en el que se produce un quiebre en la percepción de su rol como artista: Vila describe ese momento inflexivo casi como una iluminación extática: «Limpiaba los pinceles después de trabajar con óleo y trementina en unas servilletas de papel. Me quedé observando mucho tiempo aquellas servilletas sucias, impactado, las colgué con palillos de ropa de una cuerda… No volví más a la tela, seguí trabajando por el lado del deterioro, del accidente, del agujero… El papel me devolvía algo que no era lo que yo me había propuesto y eso me hacía cosquillas…».
A partir de entonces comienza a fraguarse su etapa creativa más rica y compleja, acusada por una épica del retorno a su tierra, a su barrio. Va recolectando de la calle, de su entorno inmediato, las herramientas conceptuales y materiales de su trabajo, en un proceso de introspección arduo que reconstruye los datos de una realidad en fuga.