Las Piedras, 18 de mayo de 2011
Palabras del Ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich
En primer lugar, quiero recordar el sentido que la Comisión ha propuesto darle a esta celebración, de acuerdo al espíritu que le dio nuestro Parlamento a la Ley que la define y a las recomendaciones del Presidente de la República al inicio de las actividades. “Es una invitación a compartir un encuentro con aquellos que en momentos históricos particulares, por sus opciones, por sus ideas y por sus acciones, marcaron una senda que sería recorrida por las generaciones siguientes. Es una invitación a una lectura de la historia desde el mundo de hoy, que mira al futuro desde un contexto de cambio civilizatorio y busca claves y referentes en sus raíces. Pero también es una invitación a recorrer el largo camino de hombres, mujeres y comunidades, que a lo largo de estos doscientos años fueron creando nuestra nación; a iluminar momentos de nuestra historia, en que la sociedad, en su diversidad, se encontró con su tiempo, confluyó y se encontró consigo misma adquiriendo fuerza transformadora, fuerza constructora de futuro.”
Hace doscientos años, después de varias jornadas lluviosas, se levantó el sol de mayo sobre estas tierras. Hoy conmemoramos un hecho de armas, en uno de los momentos centrales del recorrido que compartimos en este año del bicentenario del inicio de nuestro proceso de emancipación. Hemos sido educados en el respeto y la admiración a esa jornada y a su gran significación para el Río de la Plata y para América .
Aquí, en un día como hoy, alrededor de dos mil hombres – un número muy importante para la población de la época – se enfrentaron en esa jornada, a poco más de un mes de la proclama que Artigas lanzara desde la ciudad de Mercedes, llamando a la unión:
“Unión, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria. He convocado a todos los compatriotas caracterizados de la campaña: y todos, todos se ofrecen con sus personas y sus bienes, a contribuir a la defensa de nuestra justa causa.”
Y llamaba :
“A la empresa, compatriotas! Que el triunfo es nuestro: vencer o morir sea nuestra cifra: y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del sur están dispuestos a defender su patria y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio”.
Un momento de nuestra historia al que, una generación tras otra, en las aulas, en los grandes espacios de nuestra democracia, en el ámbito militar, ha iluminado con su mirada, con su reflexión, manteniéndose en referente central y paradigma de valores. Como todos los grandes momentos de la historia, se ha ido realizando una progresiva construcción colectiva de un referente común, de identidad, de pertenencia, de unión, de cohesión de una nación diversa.
A través de la mirada de los artistas, particulares imágenes perduran en nosotros: la de después de la batalla, del cuadro inconcluso de José Luis y Juan Manuel Blanes, con Artigas saludando con su sombrero en alto mientras el cura Valentín Gómez se adelanta para recibir la espada del jefe vencido; o la que recrea el pedrense Manuel Rosé, con los gestos decididos, firmes, de los hombres con sus sables en alto en las columnas que confluyen en Las Piedras. Retiene también nuestra memoria, como mucha de la iconografía patria y como lo registra la historia, la diversidad de los actores, donde siempre están presentes los afrodescendientes, los indios, los paisanos, con sus tacuaras.
Conmemoramos hoy un hecho de armas. No podemos dejar de pensar en lo que se siente en el momento que precede a la acción, en los estados de ánimo de cada uno de los actores y de los que cerca o lejos esperan el resultado de la acción, familiares, amigos, jefes militares, políticos. La historia y el bronce frecuentemente nos alejan del dramatismo de esos momentos y retienen la gloria, a veces mirando a los vencedores, a veces a los vencidos. Tal vez por eso, desde Las Piedras recordamos del parte de Artigas después de la batalla, la referencia que habla del ánimo de ese éjercito diverso, que comparte un sueño, un proyecto:
“…todo mi esfuerzo y el de los oficiales no era bastante á contenerlos en avanzar, por que no sufrieran el ventajoso fuego de los enemigos…”
Y resuena siempre la frase aprendida en los bancos de la escuela, que clama por respeto a la dignidad de los vencidos.
La figura de Artigas, desde el prodigioso año de 1811, cuando surge como figura singular del continente, nos acompaña hace doscientos años. El Jefe militar y estratega de Las Piedras, el conductor de hombres, el impulsor del proyecto federal, será un conductor de pueblos. Dos siglos después, la vigencia del artiguismo nos sigue interrogando.
¿Cómo se explica?
Los pueblos necesitan apoyarse en referentes compartidos. A través de la historia se construyen imágenes, se fijan momentos y a veces se crean leyendas que alejan a grandes figuras en sus pedestales de los hombres y mujeres sencillos, cotidianos, pero que definen vínculos entre la gente, que se integran a nuestros afectos y emociones. Sin duda eso es importante. Sin embargo, Artigas ha escapado al bronce, y hoy, con emoción, seguimos refiriéndonos al Jefe de los Orientales, a nuestro General, a Don José, al padre Artigas.
Las historias de los pueblos, como la vida de las personas, no solo conocen victorias. El camino de Las Piedras al Sitio de Montevideo y luego a la Quinta de la Paraguaya, es muy corto. En pocos meses para el pueblo que seguirá a su Jefe, se pasará de victorias a una derrota. En medio del largo camino hacia el Ayui, en medio de la Redota, se irá forjando la nación. Con un pueblo acompañando se seguirá adelante. De Purificación y el proyecto federal al exilio en Paraguay, pasarán pocos años más. Y es, tal vez, tanto en la profundidad de sus ideas, como en su cercanía con los más humildes, en su dignidad que era el respeto a la de los otros, en su ejemplo ante a la victoria y ante la derrota, que podemos encontrar las raíces de la vigencia de su presencia en nuestra nación, como referente que nos vincula, que nos une y como elemento de arraigo para quienes encontraron en estas tierras el lugar de su proyecto de vida.
Hoy conmemoramos una batalla ganada. Después de la victoria todo aparece posible.
Pero a la hora de las batallas ganadas hay que recordar siempre que en la historia de los pueblos, como en la vida de las personas, no siempre se gana. Y es ahí que hay que seguir adelante. Siempre hay tiempos difíciles y siempre la vida puede más y vuelve a amanecer.
Son frecuentes las heridas en las historias de los pueblos y a veces son largos los tiempos para cicatrizar. El recorrido de nuestra nación, el recorrido que hemos hecho nuestro, identificándonos con la sangre aquí vertida por gente tan distinta, la identificación con los sueños que nacieron vinculados a esta tierra, el reconocimiento en una enorme figura histórica que en su amplitud nos da cabida a todos, con nuestra diversidad de historias de vida, de rumbos, de realidades cotidianas, es algo prodigioso que debemos tener la sabiduría de reconocer y valorar. Para encontrarnos, para confluir y hacer camino juntos, como nación.
La mirada a nuestro recorrido histórico y el momento que compartimos, nos obliga a pensar en quienes vienen atrás de nosotros, quienes deben llegar más lejos: las nuevas generaciones. Es frente a ellos y por ellos, que debemos renovar cada día nuestro compromiso y nuestro esfuerzo como país, como nación, desde la educación, desde el trabajo, desde la construcción de convivencia a la construcción de ciudadanías y fortalecimiento de la democracia.