¿Qué lugar ocupa la religiosidad en el sistema filosófico de Pedro Figari? ¿Era Figari un pensador ateo como afirma Arturo Ardao en el prólogo de Arte, Estética, Ideal (AEI, 1912)? ¿Era agnóstico a la manera de los masones que creen en el Misterio como un tesoro insondable?

Con los textos que hemos seleccionado intentaremos dar un somero repaso a sus ideas.
Figari fue un extraño exponente de la corriente positivista en el Uruguay del Novecientos, que en sus pinturas jamás recreó al hombre trabajando (Vechtas) y, en cambio, compuso una serie de coloridas Escenas bíblicas. Fue un duro crítico de la Iglesia, como puede leerse en uno de los fragmentos que reproducimos sobre las riquezas del Vaticano (AEI). Algunos años después de haber plasmado esta crítica, tomó minuciosos apuntes de una procesión religiosa en Pando (1919) que recreó con poética y respetuosa consideración. Figari da cuenta de un elaboración conceptual acerca de lo divino muy compleja, que sólo en apariencia puede parecernos sencilla a falta de una adecuada perspectiva histórica (así como sus pinturas pueden parecer ingenuas a un observador desinformado).

Figari, hombre de ideas y de acción, produce una obra rica en inflexiones que se adhieren a la dinámica propia de la vida y al momento histórico en que ésta se inscribe.

En el libro de poemas El Arquitecto (1928), que dedica a su hijo fallecido, arquitecto de vocación –pero también el título puede remitir al Arquitecto supremo, al hacedor del cosmos–, Figari augura un reencuentro con el hijo perdido, sin renunciar a sus concepciones científicas: “han de encontrarse de nuevo nuestras células en el camino eterno”.

Para el cuento En el otro mundo (1930), el artista imagina una deidad que viste, piensa y actúa como un gaucho, y así lo dibuja, sentado, tomando mate y con un pequeño halo esplendiendo en torno al sombrero. Tal vez la síntesis de su pensamiento se manifieste con mayor intensidad en la utopía novelada de Historia Kiria (1930). Los kirios son un pueblo “con un concepto bastante original de la divinidad”. Figari cierra el capítulo sobre la religiosidad de los kirios con la viñeta de un sol fumando en pipa. Demasiado prácticos para rezar, los kirios prefieren entregarse al propio solaz “simbolizado por la pipa y el peliandro”, en el entendido que “El que ora pide, y el que pide concluye por molestar”.


Fragmentos seleccionados de Arte, estética, ideal. Ensayo filosófico encarado desde un nuevo punto de vista (1912) de Pedro Figari

“Los preceptos morales del cristianismo, por lo demás, son irrealizables. Amarse los unos a los otros; no disfrutar de lo terreno; humillarse, resignarse, optar por la pobreza; sacrificar los vínculos de la familia por la fe, y amar por sobre todo esto a Dios, que nos ha impuesto -él omnipotente- tanto sacrificio, y amarlo todavía por su bondad y misericordia he ahí el mandato cristiano. Fuera de que es imposible amar lo impalpable, lo desconocido, resulta más imposible aun cuando se le presenta bajo un aspecto tan cruel, imponiéndonos restricciones, vejámenes y sufrimientos desde su alto sitial. No hay fe que pueda operar este prodigio. Se podrá temer mas no amarle. Resulta así inexpugnable el reino de Dios para el hombre, según su más íntima estructura. Los mismos fieles más decididos sienten que no pueden realizar esa condición indispensable para gozar del reino de Dios, y viven en perenne zozobra, acongojados. Cómo amar a un ser que, pudiendo darnos bienes sin tasa, nos somete a penitencias y a suplicios tantalescos, de un refinamiento endiablado? A la vez que nos crea con apetitos y anhelos terrenales, nos impone una renuncia, o una inhibición perenne que violenta, y todavía nos da el instinto y la razón para que la realidad nos tiente más con sus halagos, para desviarnos más fácilmente de sus mandatos. Sólo cuando hayamos resistido a tanta tentación -imposible de resistir, por otra parte- se nos da entrada en su mansión etérea, y eso después de muertos.
[...]
Si uno se abstrae por un instante de los prejuicios y convencionalismos corrientes, comienza por sorprenderse de que las propias nociones cristianas ostenten, por ejemplo, a la par de catedrales lujosas destinadas al culto de un tan manso y humilde Salvador, un montaje bélico más lujoso aún, y una política calculista y fría, inhumana y voraz, que tan poco se aviene con la abnegación, la humildad, la resignación y el amor, es decir, con las virtudes cristianas más fundamentales. No hablemos de la pobreza, de la castidad, de la mansedumbre. De un lado, pues, la apología de virtudes ausentes, y del otro, la consagración real, efectiva, de la ley que rige al organismo, recrudecida por causa de estos propios idealismos.
Hasta la mansión papal se ha sustraído a la decantada humildad cristiana. El Vaticano puede competir, en cuanto a fausto y boato, con las residencias de los autócratas del orden civil, por soberbias que sean. En esa corte en que reside el padre de la Iglesia seudo cristiana, abundan las suntuosas colecciones artísticas, los decorados de los maestros de mayor renombre, los jardines opulentos, un casino, y la “familia” pontifical con sus caballeros de capa y espada, la guardia noble y otros cuerpos de guardia armada; en fin, todo lo que caracteriza el lujo monárquico.”

Pedro Figari

 

“La existencia de Dios y la inmortalidad del alma han sido las dos piezas clásicas del viejo espiritualismo. Respecto a ellas Figari no fue siquiera agnóstico. Negó derechamente a una y a otra. No admitió otra realidad que la de la naturaleza, y a ésta la redujo, conforme a la fórmula sacramental del materialismo de la época, a materia y energía.”

Arturo Ardao*


*Prólogo de la edición de Biblioteca Artigas, Colección Clásicos Uruguayos, Tomo I. Montevideo, 1960.

Martes 11 de Octubre de 2011
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